Todo comenzó con la creación, a principios de siglo, de la primera escala para medir la inteligencia, hecha por el francés Alfred Binet. Su intención no era construir una clasificación jerárquica de los individuos, sino rastrear a los niños susceptibles de tener dificultades escolares. Con este fin creó un conjunto de test correspondientes, para cada año, a esfuerzos que un niño sin dificultades particulares debería poder hacer. Por ejemplo, se sabe que un niño de tres años no puede recitar sin errores los 12 meses del año; pero si no es capaz a los 10 años sí existe un problema. De ahí se acuñó el término 'edad mental'. Según Binet, si la edad real es más baja, indica un retardo, si es más alta, indica avanzado.
Sus sucesores convirtieron este concepto en una proporción. Al dividir la edad mental por la edad real y multiplicarlo por 100 se obtenía el cociente intelectual (IQ en inglés). Un CI igual a 100 corresponde a lo normal. Inferior, se traduce en un retardo de los conocimientos adquiridos comparados a la media de los niños de la misma edad. Superior a 100 significa avanzado. Más tarde los sicólogos anglosajones extendieron la prueba a los adultos e hicieron de ella un instrumento de clasificación de los individuos.
Un CI de 100 no significa que la edad real y la mental coincidan, sino que el sujeto examinado se encuentra dentro de lo normal. Según esta escala, el 68 por ciento de la población tiene un CI comprendido entre 85 y 115. El 16 por ciento está por debajo y otro 16 por ciento está por encima de este rango. Y de ellos sólo 2 por ciento están por debajo de 70 o por encima de 130. Y sólo una de cada 1.000 personas posee un CI inferior a 55 o superiora 145.
Según los autores del polémico libro, la áctriz Sharon Stone ostenta un CI de 150 y Madonna uno de 140, sin duda, la más llamativa de sus medidas. Pero al mundo le cuesta trabajo creer que una actriz y una cantante exhibicionista tengan una inteligencia fuera de lo común. ¿Por qué? No tanto por machismo, sino porque nadie sabe exactamsnte qué mide el CI. Si en alto están de acuerdo los estudiosos del tema es que la inteligencia abarca aptitudes muy distintas y que las pruebas indagan sobre capacidades muy diferentes. Se puede, por ejemplo, tener mucha facilidad para las estrategias verbales pero mucho menos para las relaciones espaciales. Y si el CI se reduce a una sola cifra, equivale a sumar peras y manzanas.
El neurólogo colombiano Rodolfo Llinás, cuyos estudios sobre el cerebro han sido reconocidos a nivel internacional, señala: "La inteligencia neta es muy difícil de medir. Es imposible describir con precisión todos los aspectos de la inteligencia humana y menos resumirlos en un número. Se consideran y comparan muchas cosas, algunas culturales que tienen que ver con el saber, pero no con la inteligencia. Otras, como la imaginación, son imponderables. Es posible que el cociente de inteligencia sea el mejor método que exista actualmente para hacerlo, pero hay que recordar que los cocientes altos son más reales que los bajos". Por su parte el genetista Emilio Yunis agrega: "Medirla no es el problema. Nosotros medimos todo. Lo que es detestable es la utilización que le dan a esas mediciones, ya sea para formar clubes exclusivos de personas superiores o para sustentar tesis racistas, como, por ejemplo, que los negros son menos inteligentes".
Todas las investigaciones recientes muestran que el cerebro -la estructura más compleja del universo- funciona más como una red de microprocesadores que como un gran ordenador central. Muchos de los procesos cerebrales son especializados en una función muy precisa. Por ejemplo, hay distintos circuitos para controlar la visión lateral y la visión central. Existe un área especializada en el reconocimiento de los rostros. Las memorias a corto y largo término recurren a diferente porte biológico, que también está compartimentado.
No obstante entonces ¿qué miden realmente esas pruebas? Globalmente, la capacidad lógica, la memoria, las adquisiciones culturales básicas. Desde un punto de vista pragmático se trata de cualidades que condicionan el éxito escolar, universitario y hasta profesional. Y de hecho en los países occidentales son utilizadas para seleccionar a las personas que ingresan a colegios, universidades y empresas. El director de la fundación Alberto Merani para el Desarrollo de la Inteligencia, Rafael de Zubiría, las defiende: "Son útiles a temprana edad porque con las 11 variables que contiene el test se detecta no solo al niño que está por encima del promedio sino también a aquellos que tienen vacíos en determinada área, para asì poder corregirlos a tiempo", dice. La fundación ha tenido dos promociones de alumnos superdotados, algunos de los cuales -entre 12 y 15 años- están trabajando como auxiliares en distintas instituciones públicas y privadas. Para De Zubiría no hay duda que estos niños salieron genéticamente premiados.